Dieta antiinflamatoria: una cuestión personal

Después de bastante tiempo estudiando, informándome y recomendando una alimentación antiinflamatoria, adoptarla yo también era una cuestión de coherencia personal.

En general consideraba que mi dieta era muy sana y que tampoco hacía falta llegar a “extremos” porque ya lo hacía bastante bien en mi día a día. Sin embargo, era perfectamente consciente que dentro de ese “bastante bien” seguía consumiendo productos que no son saludables y que además, me hacen mal.

La experiencia me enseña con claridad cuándo tengo que recomendar cambios de alimentación, con restricciones o incluso prohibiciones dietéticas a mis pacientes, en el marco de un tratamiento y si puedo, lograr que lo instauren como hábito de vida.

Parecería obvio pensar que también lo aplico en mí misma… y hasta cierto punto era así, pero no fue hasta la aparición de ciertos síntomas – que claramente me mostraban problemas relacionados con fallos inmunitarios y sobrecarga por estrés – y tras tratarme sin el éxito deseado, que opté por la coherencia como método principal de tratamiento.

Fue entonces cuando incorporé en mi rutina alimentaria las pautas de una dieta antiinflamatoria. A grandes rasgos consiste en eliminar gluten, azúcares refinados, grasas trans y lácteos. Después hay muchos matices y adaptaciones según cada caso y posibilidades, claro, aunque las bases “inamovibles” son esas. La decisión tomada junto con mi pasión por la cocina, el uso de productos menos conocidos, el hecho de no tomar leche desde hace muchos años y la curiosidad de crear nuevas formas de alimentarme me alentaban…

… aunque reconozco que al pensar en lo que significa esta forma de comer, sobre todo en lo social y en los aspectos prácticos, como comprar los ingredientes necesarios (que no se encuentran en todas partes aunque afortunadamente cada vez es más fácil y con internet, el acceso a ellos desde casi cualquier lugar es mucho más sencillo), me imaginaba pasando hambre o renunciando a planes. ¿Y sabéis qué? Que ni una cosa ni la otra; es más… estoy encantada de haber tomado esta decisión!

¿Porqué antiinflamatoria?

Si bien la inflamación es un mecanismo natural del sistema inmune ante una ataque (infección, lesión…) también es el denominador común en el origen de las enfermedades crónicas.

El estrés fisiológico y metabólico conduce a una reacción en la que se desencadena una cascada de moléculas proinflamatorias (citoquinas y adipocinas fundamentalmente) que actúan facilitando la comunicación celular, activando el sistema para que movilice «efectivos» hacia las zonas donde se ha producido una agresión. Este aumento del número de células inmunitarias en una zona concreta genera inflamación como respuesta primaria. La inflamación es la respuesta biológica compleja del tejido vascular ante estímulos nocivos como patógenos, células dañadas o irritantes, y consta de una respuesta vascular y otra celular. La inflamación es el intento protector de eliminar los estímulos nocivos e iniciar el proceso de curación y restablecer la estructura y el funcionamiento normales. La inflamación puede ser local o sistémica. También puede ser aguda o crónica.
Undurti N. Das, MD
Molecular Basis of Health and Disease (2011)

En condiciones normales, esta respuesta inmunitaria es exitosa y el tejido recupera su estabilidad. Para ello es fundamental que el organismo tenga bien afinada la capacidad para detectar entre lo autóctono (“positivo”) y lo ajeno (“nocivo”). Sin embargo, las agresiones constantes a las que nos sometemos (por la alimentación, los contaminantes, el estrés emocional, los químicos ambientales) hacen que el compromiso de muchas áreas del sistema de defensa del organismo, como la barrera digestiva, la acidez gástrica, la piel o diversos orificios (p. ej., ojos, oídos, nariz, pulmón, vagina, útero) se mantenga de forma sostenida por la pérdida progresiva de este reconocimiento de lo «propio» y lo «extraño». Así, mientras más dure la agresión fisiológica, mayor deterioro de esa capacidad, auténtico núcleo de la inmunología (Fasano, 2012; Wu et al., 2014).

Si no se resuelve la causa subyacente, la respuesta inmunitaria puede quedarse «atascada» en un estado de inflamación prolongada (Paul, 2010; Queen,1998). Este estado crónico da lugar a una transformación progresiva del tipo de células presentes en el lugar afectado, que se caracteriza por la destrucción y la reparación constante del tejido dañado por el proceso inflamatorio.

Diversos estudios  (Bauer et al., 2014; Franceschi y Campisi, 2014) indican que la inflamación prolongada tiene un papel importante en la patogenia de las enfermedades crónicas, siendo esto una de las características más importantes del inicio de dichas patologías. En su cronología evolutiva, la inflamación primero es subclínica o asintomática, estando los marcadores biológicos por debajo del umbral del diagnóstico clínico. Situación que puede durar años – durante los cuales va dañando el organismo a nivel celular y tisular – hasta que se producen las primeras manifestaciones. Y cuando esto ocurre, la situación ya es demasiado compleja y requiere un tratamiento multifocal y dedicado.

Dentro de este tratamiento la parte nutricional cobra una especial relevancia, por el tipo de alimentación «normal» cargada de tóxicos, agentes proinflamatorios y disruptores endocrinos. Claro está que no es el único factor a tener en cuenta, pero desde luego es una pieza clave.

¿En qué consiste esta dieta?

Es una versión actualizada de la alimentación tradicional, con hondas raíces en la esencia de la dieta mediterránea. Rica en productos frescos y de temporada – tanto frutas y verduras como pescados – junto con cereales enteros, semillas, aceite de oliva y especias. En general, poca carne, predominando las magras sobre las rojas, y huevos. En consecuencia hablamos de una dieta alta en vitaminas, agua, fibra y en omega 3 y baja en señalización glucémica y grasas no saludables. Respecto a los lácteos, altamente modificados, es preferible restringirlos a menos que nos aseguremos que provienen de ganaderías ecológicas que respeten todo el proceso tradicional, desde la alimentación con pastos y el no hormonar o medicar a los animales.

También evita el exceso de productos refinados (azúcares y harinas en particular), de comidas enlatadas y procesadas y si bien el agua es la bebida principal, contempla la opción de bebidas alcohólicas de baja graduación de vez en cuando, tales como el vino, la cerveza o la sidra.

Si pensamos como ha sido la forma de comer de la inmensa mayoría de la población durante siglos, cuando la vida en el campo era lo mayoritario y el acceso a los alimentos estaba muy determinado por las estaciones y los métodos de producción, lo entenderemos mejor.  Es muy parecida pero mejorada. ¿En qué sentido? Pues que ahora tenemos a nuestra disposición muchísimos productos, tanto locales como de otras partes del mundo, que agrandan nuestra despensa y las posibilidades a la hora de cocinar.

Si además optamos por eliminar de nuestra alimentación el gluten – particularmente de trigo – y dejamos de lado los productos ultraprocesados con muy bajo valor nutricional y altamente inflamatorios por la elevada presencia de azúcares refinados y grasas trans (chuches, refrescos, precocinados, bollería y panadería industrial, rebozados, snacks…), estaremos disminuyendo muchísimo los elementos que más contribuyen, desde la alimentación, a sobrecargar nuestro organismo y poner en marcha los mecanismos de la inflamación crónica.

Y se nota, vaya si no nota, para bien. Permites que el cuerpo se desintoxique, recupere la barrera normal del intestino (junto a un tratamiento específico), se libere de toxinas, rebaje la resistencia a la insulina, mejora la digestión y se retienen menos líquidos. Los resultados empiezan a notarse enseguida: menos cansancio, más concentración y agilidad mental, mejora del ánimo, pérdida de peso y volumen sostenida, mejor aspecto de la piel y el cabello. A largo plazo los beneficios son aún mejores: menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, metabólicas (diabetes, tiroiditis), autoinmunes (artritis reumatoide, fibromialgia), dermatológicas, neuronales y hasta de padecer cáncer. Bueno lo mires por donde lo mires.

¿Significa acaso que jamás podrás volver a comer un trozo de queso o probar un pastel? Para nada; de vez en cuando podrás tomar otros alimentos, si quieres, aunque eso será algo excepcional… porqué ni siquiera te apetecerán!! El cuerpo se acostumbra rápidamente a la buena comida, y pasado un breve periodo de adaptación lo que te pedirá serán las cosas que tomas habitualmente.

Y de verdad, hay opciones amplísimas y fabulosas para comer de todo, rico y sabroso, saciar todos los caprichos del paladar y estar realmente sanos y bien nutridos. Os invito de corazón a que lo probéis ¡Salud!

 

Mira qué más implicaciones tiene un intestino sano y libre de inflamaciónhttps://medintegra.es/cuidar-la-salud-intestinal-mejora-enfermedades-de-la-piel/

Beatriz Daza

Graduada en Enfermería por la U. Complutense de Madrid Master en Cuidados Paliativos por la U. Camilo José Cela Diplomada en Medicina Tradicional China por la Fundación Europea de MTC Asesora nutricional y docente.

4 comentarios en «Dieta antiinflamatoria: una cuestión personal»

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